LA REINA CARMESÍ (Relato 46)




Transcurría uno de los veranos más largos que he tenido en mi vida. Mis padres habían salido de viaje esta vez para renovar sus votos en un crucero en el caribe, y yo atrapado en el pueblo, debía estar de vigía, no podía negarme. Mis amigos de la Universidad tenían planes de viajar hacia el norte a encontrarse con el mar, y yo, reviviría mis encuentros con la TV. Recuerdo que había sido un año difícil, las clases, la presión social, terminar con mi novia de toda la infancia, todo esto me había convertido en un gusano de aquí para allá sin poder decir ni una palabra acerca de cualquier cosa. Tenía unos veinte años y ya era un hombre independiente, tenía que vivir en la ciudad cercana para poder asistir a la universidad. El día que decidí visitar a mis padres, ellos me dejaron solo en casa con la nevera llena de comida y una colección de oro de las películas de El Padrino. Estaba atascado en medio de un pueblo tranquilo y sin nada que hacer, pero no podía estar más equivocado.

Pasaban aquellos días con sus noches frente al televisor y la computadora. No tenía ganas de salir, no tenía ganas de hacer nada, en aquellos momentos era de mi entero interés vagar en mi memoria, en mis recuerdos, en mi aburrimiento. Intente llamar a Carla, mi exnovia, pero las veces que hablábamos por teléfono era para insultarnos y volver a pelear. Llamarla se había convertido en una razón más para despreciarnos, por eso dejé de hacerlo. Una tarde lluviosa me dejó mientras tomábamos un café, sin ninguna explicación, nunca la entendí, estaba empecinada en cortar conmigo. Una de aquellas noches que pase completamente solo me levante tres veces en la madrugada, siempre iba a la nevera y bebía  alguna lata de cerveza, no tenía sueño y me senté en el computador. Era un poco más de las tres de la mañana cuando recibí un mail. Una especie de invitación, algo así como un bar o un Night Club, no sabía que esa clase de sitios estaban en el pueblo. La invitación prometía puntualmente: <<una noche loca y salvaje, un lugar que no dejaras pasar>>, el sitio se llamaba <<Black Hole>> y se veía tentador, necesitaba algo de aire, necesitaba mujeres y alcohol para pasar esta pena que me estaba comiendo la existencia. En aquel mail que recibí, no logré hallar teléfonos, ni dirección del sitio, creí que se trataba de alguna broma o alguna publicidad engañosa, debajo del mail, había un enorme botón purpura que decía: <<aceptar invitación>>, aquella invitación era para mí una puerta abierta que me ofrecía una salida de esta enorme pelota de mierda que me contenía, pinché el botón sin ningún reparo y fui a la cama a ver si me dormía. A escasos cinco minutos el teléfono retumbó en el silencio de la casa, creí que había sucedido algo, nadie en su sano juicio llama a las tres y cinco de la mañana sin que sea algo de extrema urgencia. Conteste el teléfono y era una dulce voz de una mujer, hipnótica, atrayente, a decir verdad no entendía sus palabras, su tonada me hacía revolucionar, hacía perderme y aventurarme en mis sueños. Imaginaba que la veía desde una ventana, con las luces encendidas y la cortina corrida, ella de pie frente al espejo hablándome por el teléfono, y yo escondido, indetectable, respondiendo desde afuera, sin que nadie se diera cuenta. Imaginaba que llevaba un sensual babydoll transparente, que lentamente se quitaba y dejaba al aire sus preciosas nalgas, su preciosa figura, diciéndome sucias palabras. Mi corazón latía a mil, y ella lentamente se quitaba su ropa interior, se daba vuelta y me mostraba sus téticas rosaditas, no podía quitar la mirada de la suya, ella sabía de mi presencia y no le importaba, seguía provocándome y yo cayendo en su juego, su boca, sus labios, sus teticas, sus nalguitas. No sé con exactitud que hice, pero mis fluidos habían terminado en una toalla de baño mientras hablaba por teléfono. A partir de allí muchas cosas no encajan, no recuerdo mucho pero el espejo del baño si: <<Calle 57 con Carrera 70 esquina 12:00 AM, Black Hole>>, era lo que estaba escrito.

A las doce estaba en la puerta del lugar, estaba mal ubicado, apartado de todo. De vecinos tenía una vieja tienda de video abandonada y una zapatería casi destruida. Se veía pequeño, y afuera todo estaba desolado. Tenía una estrecha puerta roja y encima un letrero amarillo con letras negras que decía: <<Black Hole>>, era el lugar indicado. Me entró un temor enorme, había algo que me empujaba a dar la vuelta y seguir mi camino, pero también otra fuerza que me llamaba de detrás de esa puerta. Mi cuerpo se fue moviendo contra mi voluntad, atravesé la que creí que era la puerta al infierno. Una vez adentro un pasillo estrecho y largo que me llevó a un enorme salón repleto de gente, música y alcohol, lo que necesitaba. Las mujeres más hermosas que he visto bailaban en la pista bebiendo de sus botellas y copas, no había cansancio, solo diversión, solo locura. Me incorpore a la fiesta y pedí un shot de vodka en la barra, pero me dejaron hasta la botella. Después del cuarto trago, sentía que se me venía el mundo, todo se movía a mi alrededor, recuerdo que se me acercaron dos mujeres sonrientes, yo las tomé de la cintura y les decía que las quería en mi cama esta noche, ellas solo reían y bebían de mi botella, bebían de mi boca, se impregnaban de mis babas, de las suyas, el mundo moviéndose bajo mis pies, y me daba cuenta de que ese lugar era todo lo que me esperaba encontrar.

De la nada la gente que bailaba se abrió en dos y dejaban pasar a una mujer con un traje ostentoso, de color blanco. Sentí ganas de postrarme a sus pies, sentí ganas inmensas de estar cerca de ella, de adorarla, pero estaba inalcanzable para mí. La gente del lugar le rendía pleitesía y la llamaban La Reina. No podía evitar seguirla con la mirada, me lucia familiar, era una mujer muy hermosa, con su cabello negro y sus labios rojos que parecían brotar llamas de fuego. Aquella mujer se sentó en una de las mesas de la segunda planta, y desde su trono inalcanzable cruzamos miradas. Me mandó a llamar con un mesero, y yo acudí a su llamado, cuando la reina habla los demás obedecen eso lo tenía claro. La mujer lucía poderosa y sensual, me pidió amablemente que me sentara y que bebiera una copa con ella. La verdad estaba muy nervioso, estaba temeroso, aun sentía esas ganas de postrarme a sus pies, aun me carcomía el sentimiento intenso de rendirme ante sus encantos. Empezó por preguntar cosas de mi vida, donde vivía, que hacía, que me gustaba y poco a poco la charla empezó a hacerse más amena y mucho más íntima. Lo siguiente que recuerdo es a una bella mesera que nos servía, alcé la mirada y era Carla. No sabía que estaba en el pueblo, hace días que no la había vuelto a llamar, pero la sorpresa no acabó allí. Aquella mujer extraña, aquella reina permitió que Carla se sentara junto a mí en la mesa. Carla se tomó una copa con nosotros, pero jamás levanto su mirada, nunca le vi sus ojos. La reina no dejaba de sonreír, disfrutaba de aquel momento incomodo tanto para Carla como para mí. Empezó a tocarle el cabello a Carla, le decía secretos, y sentía que se reía de mí, aquella mirada que sus ojos reflejaban la delataba. Carla volvió hacia mí y empezó a acariciarme, sus manos frías me quitaban la camisa, y me besaba el pecho. Quería apartarla, pero mi cuerpo no me respondía, disfrutaba de su compañía, necesitaba sus besos, su amor, sus caricias. Sentí como sus manos recorrían mi torso desnudo y por un momento sentí que me humedecía la piel con sus lágrimas. Carla no estaba disfrutaba el momento, no como yo, pero aun así no se detenía. Quitaba sus ropas, y quitaba las mías. Cuando estuvimos desnudos se sentó a horcajadas y me abrazó fuerte, en aquel abrazo susurraba sus palabras húmedas al oído, alcance a entender algo, se trataba de una advertencia, ella y yo estábamos en peligro, pero no le di importancia, sólo quería hacerle el amor y que su cuerpo frágil reposara en mi pecho, solo quería mirar los ojos de La Reina, que brillaban en aquella densa oscuridad, deseaba que me viera mientras hacia el amor, quería que bebiera del sexo, de la humedad, del olor fuerte, de las manos llenas de piel. No apartaba la mirada de La Reina que me entendía y me decía, tranquilo que te hare feliz esta noche. Me sentí avergonzado después de hacer el amor con Carla, La reina se levantó de su silla, y me tomó del brazo, mientras dejaba atrás a Carla abrazada a sí misma, desnuda, llorando, fue la última vez que la vi.

Seguí a La Reina por un pasillo blanco, repleto de puertas, no imaginé que aquel lugar fuera tan grande como veían mis ojos trémulos. De los cuartos se oían gritos desesperados de mujeres, de hombres, La Reina pidió que me calmara, que ignorara los lamentos, que ese era un lugar donde los deseos se hacen realidad, que los míos se harían realidad, que ella los sabia, que había estado en ellos, yo no podía refutarle sus palabras. Hablaba y recordaba fue aquella llamada, aquella voz sensual que me había cautivado, que me había sumergido en mis sueños más profundos, de repente la recordé, ya la había visto, La Reina era la mujer de mis sueños, yo la había soñado, ella había estado allí sumergida en mis babas, en mis noches de soledad infinita. La Reina y yo llegamos a una enorme habitación, repleta de cuadros, todo en el lugar estaba cuidadosamente colocado y ordenado, en medio una cama de sábanas rojas, donde se recostaba en la cama quitándose la ropa, y entonces recordé mi sueño, recordé su ropa interior, sus nalguitas, sus téticas, y quise estar en sus brazos. La Reina me decía, que quería estar conmigo, que quería impregnarse de mi sexo ardiente, pero que debía esperar el rito, para convertirme en su confidente, en su amante. La Reina reía, yo asentía. Tocaron a la puerta, un hombre enmascarado se postró a sus pies y le comunicó que estaba todo preparado, entonces me tomó del brazo y me llevó a una habitación contigua en donde había cientos de personas entre mujeres y hombres, jóvenes, totalmente desnudos, teniendo sexo entre sí, cuando La Reina cruzó la habitación, los hombres y las mujeres la acariciaban, le arrancaban poca ropa que llevaba hasta dejarla desnuda, subió por unas escaleras y todas las personas se postraron con su rostro en el suelo. La Reina levanto sus manos y las meció en el viento, y todas las personas siguieron teniendo sexo entre sí, mientras una niebla espesa cubría el suelo. De entre la niebla, unos hombres con máscaras negras salían, llevaban en sus manos cuchillos enormes, dos por hombre. La reina dio la orden y los hombres se abalanzaron contra la multitud que no dejaba de tener sexo, y los acuchillaban sin piedad, cortaban sus cuerpos, arrancaban sus ojos y sus lenguas, les cortaban las cabezas mientras se fundían en los beso, en la sangre. La habitación se tiñó de rojo carmesí, la sangre volaba por los aires, la niebla se disipo y subió una pequeña marea de sangre. La Reina se deleitaba y se bañaba con los ríos de sangre que brotaban de los cuerpos mutilados de todas esas personas. Sentí un terror descomunal al ver aquella macabra escena, pensé que moriría pero extrañamente a mí no me tocaron, quede estupefacto en un rincón del salón mientras a las personas se les arrancaba la vida. Los ojos de La Reina se clavaron en mí nuevamente, y me llamó con sus manos. Temblando atravesé aquel lago de sangre y cuerpos mutilados, haciéndome paso entre las entrañas y las cabezas cortadas. La Reina me sostuvo en sus brazos, y mi inverosímil vida se hizo añicos, me pidió que la acariciara, que la bañara con la sangre, que eso la excitaba, y que después le hiciera el amor entre los cadáveres, entre las cabezas que nos miraban, que eso le gustaba. Puso en mis manos una vasija, y yo me agaché y recogí la sangre con ella, el olor a sangre y alcohol me hacía tambalear, titubear, entonces tome fuerzas dentro de mí y lancé la vasija contra el rostro de La Reina, ella gritó muy fuerte, detrás de mí. Corrí sin mirar atrás, me devolví por el pasillo por donde había entrado, a mi paso las huellas de sangre me seguían atormentando. Los cadáveres estaban regados por todo el sitio, en la pista de baile en las mesas, la música no había dejado de sonar, el olor era insoportable. Pensé en Carla y en la remota posibilidad de hallarla con vida, pero ese pensamiento se esfumó, mi vida corría peligro, y yo corría hacia la salida. Después de allí no supe más, estuve tendido en el suelo cubierto de sangre. Lo último que recuerdo de aquella noche el sonido de las sirenas.

Los doctores dijeron que era un milagro, que había estaba bajo los efectos de una poderosa droga alucinógena, que no se explicaban cómo había despertado. Estuve internado, en coma como un año. A mis padres los llamaron y estuvieron conmigo todo el tiempo, pregunté por mi ex Carla y no pronunciaron palabra, estaba desaparecida. La policía insistía constante mente en tomar declaraciones, pero era inevitable contarles incoherencias, mi condición en aquel instante no era muy buena, estuve expuesto a esa droga por mucho tiempo que no podía diferenciar entre lo ficticio y la realidad. Jamás logré identificar a nadie, solo a Carla. La Reina era una mujer indescriptible, y les dije que solo en sueños habita una mujer como ella.

La masacre en Down Town fue noticia nacional, Aunque mis padres hicieron un esfuerzo por ocultarme lo sucedido pero era inevitable. Aquella noche loca le costó la vida a más de cincuenta personas, ningún sobreviviente, sólo yo. Aquellas cosas que vi entre el efecto de la droga y mi lucidez jamás las olvidaré, aún recuerdo el olor a sangre de las paredes, las entrañas entre mis pies, las cabezas mirándome, la sensación de la muerte respirándome en el cuello, aun me persigue la sombra de la reina, invitándome a bañarla en sangre y esperma. De lo sucedido no cuento mucho pero algo les aseguro que conozco más de lo que les he referido.

FIN

Por: Eduardo Pimienta
Arte Por: Camilo Barrera

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